martes, 16 de noviembre de 2021

☨ CUANDO LA HISTORIA SUPERA A LA FICCIÓN CAPÍTULO 2 ✠


 LA HISTORIA DEL TEMPLE | CUADERNO Nº0 | CAP.2 




Santiago Soler Seguí - Valencia
Cuadernos Templarios - Cuaderno n º 0
  Valentia Mediavelis 


Las palabras de Urbano encendían y enardecían los corazones de todos los allí presentes, pero las causas de este llamamiento a la salvaguarda de los Santos Lugares no solo se basaban en la religiosidad, clemencia y piedad del pontífice.

Urbano II (Odón de Lagery) no solo era un gran orador, sino que además también fue un gran político y estadista.

Unos meses antes, a principios del mes de marzo, el papa había convocado un concilio en Piacenza, concilio donde se trató sobre el conflicto conocido como Querella de las Investiduras y que enfrentaba al papado con el emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico.

Enterado, Alejo I Comneno enviaba a este concilio una delegación con el objetivo de solicitar ayuda a Urbano II para la lucha contra los turcos.

Sin embargo y aunque al papa le resultó más que atractiva la propuesta de los bizantinos, tuvo la suficiente capacidad y visión para decidir que aquel no era el momento ni el lugar para proclamar una arenga militar contra los sarracenos.

Tal y como podemos leer en la crónica de Fulquerio de Chartres, la Gesta Francorum Jerusalem Expugnantium, Urbano II veía una oportunidad única de convertirse en el obispo y prelado máximo de todo el mundo, acabando de esta forma con el Gran Cisma de Oriente.

Pero Piacenza era para tratar otros temas que ya urgían y que habían sido ya aplazados: la excomunión del antipapa Guiberto, las reclamaciones realizadas por la emperatriz Adelaida, quien acusaba en este concilio a su marido, Enrique IV del Sacro Imperio Romano Germánico, de retenerla contra su voluntad, de forzarla a participar en orgías, y a realizar misas negras, o la excomunión al emperador germano.

Por todos estos asuntos, Urbano II vio que no era el momento adecuado, ni tampoco el lugar.

Italia por aquel entonces era una tierra próspera y floreciente. El comercio y los negocios hacían que su población no pasara por las penurias que otros lugares de Europa estaban sufriendo, y lanzar una proclama guerrera contra los infieles, desde luego no hubiera obtenido el resultado esperado.

Por ello, desde Piacenza, Urbano II convocaba un nuevo concilio en Auvernia, en la población de Clermont.

Francia sufría en demasía la hambruna, a la que había que añadir el terrible azote del Fuego de Santa Gertrudis (lues gnis eutanei), una terrible epidemia que dejaba desiertas las poblaciones y ciudades.

Clermont era el lugar perfecto para lanzar el discurso que daría lugar a la primera cruzada. Allí, cualquier ideal por peligrosa e ilusoria que pareciera, sería mejor que el sufrimiento al que se veían sometidos por el hambre y las enfermedades.

Pero había más. Europa se encontraba en aquellos momentos sumida en un sinfín de rencillas y disputas entre reyes, nobles y señores de la guerra. Reyes y nobles, malgastaban su tiempo, sus fuerzas, y sobre todo su dinero, en luchas y riñas sin ningún tipo de sentido ni fundamento, en detrimento de los intereses de la Iglesia, que además de no ver con buenos ojos estos altercados, veía cómo iba perdiendo poco a poco su parcela de poder y control.

El grito de ¡Deus lo volt!, era la mejor forma de canalizar y controlar a todos estos nobles y caballeros belicosos dándoles un objetivo y un enemigo común.

Urbano II volvía de este modo, a tener el control de una nobleza desbocada y violenta que estaba comenzando a ser un auténtico problema.

Como no podía ser de otra manera, el primero en dar ejemplo fue el clero. Gran parte de los obispos poseían también el título de condes o de barones, y no en pocas ocasiones formaban parte de las rencillas y riñas para defender los derechos y diezmos de sus obispados.

Además de ello, estaba de por medio el comercio. Hacerse con las rutas comerciales en Oriente era toda una tentación. El famoso vino de Gaza, las piedras preciosas de Oriente, o la muselina, entre otros objetos, eran bienes muy preciados en las cortes europeas, sin olvidar por supuesto las reliquias.

La respuesta de los caballeros de Occidente fue ejemplar. Durante el invierno, se dedicaron a realizar todos los preparativos necesarios, incluido uno que hasta ahora en pocas o ninguna ocasión de había realizado: la bendición de las armas y banderas de los caballeros que iban a partir hacia Oriente.

Recibid esta espada, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; servíos de ella para el triunfo de la fe; pero que nunca derrame la sangre inocente.

Poco después del verano del año 1096, las tropas cruzadas iniciaban la marcha hacia Oriente, llegando en su totalidad a Constantinopla entre finales de ese año y principios del siguiente.

El 6 de mayo del año 1097 el ejército cruzado se plantaba junto a las murallas de Nicea, la cual no resistió el asedio y se rindió el 19 de junio (9). Tras Nicea, las victorias cruzadas se sucedían una tras otra.

 

9 Sobre la toma de Nicea existen diversas versiones de los historiadores de la primera cruzada. Roberto el monje, afirmaba que los sitiados pactaron en secreto con las tropas de Alejo la rendición de la ciudad a cambio de su libertad. Fulquerio de Chartres escribía que fueron los propios turcos los que abrieron las puertas a los bizantinos. Alberto de Aix, aseguraba que fue un familiar de Alejo quien negoció con los cruzados la entrega de la ciudad a los bizantinos, y con los sitiados la apertura de sus puertas a cambio de su libertad. Por su parte, Guillermo de Tiro escribía sobre como Taticio, familiar de Alejo, fue quien pactó con los sitiados, pero que los jefes cruzados a ver que la ciudad estaba a punto de capitular, mandaron mensajeros a Alejo para que enviara a sus tropas para hacerse cargo de la ciudad, para que de este modo el ejército cristiano pudiera continuar su marcha hasta Jerusalén.

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Detalle del folio 22v del manuscrito Français 2630. Historia rerum in partibus transmarinis gestarum. Guillermo de Tiro. Biblioteca Nacional de Francia. El sitio de Nicea.

Por fin, el 7 de junio del año 1099 las huestes cruzadas se encontraban frente a los muros de Jerusalén. Tras un largo debate, los jefes cruzados llegaban a una importante decisión: el asalto a la ciudad Santa se realizaría la noche del 13 al 14 de julio. Así se hizo.

En la mañana del 15 de julio, después de derramar ríos de sangre, algunos cruzados ya estaban situados en lo alto de las murallas de la ciudad, consiguiendo poco después abrir sus puertas.

Tan solo el general Iftijar ad-Dawla (10) seguía resguardado en la torre de David con parte de sus hombres. Sin descanso, seguían combatiendo a los cristianos. Tal era la defensa del general egipcio, que el conde de Tolosa, Raimundo IV, mandó un mensajero para que los sitiados se rindieran. Mientras tanto las tropas cristianas ya habían ocupado prácticamente todo el barrio judío, y se acercaban a las inmediaciones de la mezquita Mayor.

Iftijar ad-Dawla aceptaba finalmente la propuesta del conde de Tolosa. Jerusalén había sido tomada.

Los frany cumplieron su palabra, y los dejaron marchar por la noche hacia el puerto de Ascalon, donde se afincaron. A la población de la Ciudad Santa la pasaron a cuchillo, y los frany estuvieron matando musulmanes durante una semana. En la mezquita al- Aqsa, mataron a más de setenta mil personas. Mataron a mucha gente. A los judíos los reunieron en su sinagoga y allí los quemaron vivos los frany. Destruyeron también los monumentos de los santos y la tumba de Abraham — ¡la paz sea con él! (11)

Diez días después de la toma de ciudad, comenzaba el cónclave que debería elegir un rey para Jerusalén. El primero de los jefes cristianos que tomó la palabra fue Roberto II de Flandes, conocido en algunas crónicas como Robertus Hierosolimitanus.

El conde de Flandes ofreció un discurso que desde luego no dejó indiferente a ninguno de los allí congregados. En sus palabras y sus gestos, el resto de dirigentes cristianos vieron de inmediato al mismísimo rey de Jerusalén.

10 Conocido como “el orgullo del estado”, Iftijar ad-Dawla fue el gobernador fatimí de Jerusalén durante el asedio de la ciudad. Tras su encarnizada resistencia, Raimundo IV, conde de Tolosa, le ofrecía la libertad para él y para sus hombres si rendía la ciudad.

11 Crónica de Ibn al-Atir. Las Cruzadas vistas por los árabes. Amin Maalouf. Alianza Editorial. Año 1968.

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Detalle del folio 58v del manuscrito Français 12558. Chanson d'Antioche (Siglo XIII). Biblioteca Nacional de Francia. Salida hacia la primera cruzada.

"Hermanos y compañeros míos: nos hallamos reunidos para tratar un asunto de la mayor importancia; jamás tuvimos más necesidad de los consejos de la sabiduría, y de las inspiraciones del Cielo: si en los tiempos ordinarios siempre se desea que la autoridad se deposite en manos del más hábil, con mayor razón debemos buscar el más digno para gobernar este reino, que está todavía en gran parte dominado por los bárbaros. Ya tenemos noticia de que los egipcios amenazan a esta ciudad en que vamos a poner un rey. La mayor parte de los guerreros cristianos que han tomado las armas están impacientes por volver a su patria, y van a abandonar a otros el cuidado de defender lo que ellos han conquistado. El pueblo nuevo, que ha de habitar esta tierra, no tendrá a sus inmediaciones cristianos que puedan socorrerle y consolarle en sus desgracias. Sus enemigos se hallan cerca del; sus aliados a la otra parte de los mares; así el rey que le demos será su único apoyo en medio de los peligros que le rodean. Es necesario pues que aquel que sea llamado a gobernar este país tenga las cualidades necesarias para mantenerse en él con gloria; es necesario que reúna el valor natural de los francos, la templanza, la fe y la humanidad; pues la historia nos enseña que es inútil el haber triunfado por medio de las armas, si no se confían los frutos de la victoria a la sabiduría y a la virtud". (12)

A pesar de la insistencia de los asistentes, el conde de Flandes declinaba amablemente el título de rey de Jerusalén: "no, no tengo tanta presunción como para aspirar a ese honor. Pongo por testigo al cielo y a la tierra de que, aun cuando quisierais darme la corona, no la aceptaría porque estoy resuelto a volver a mis estados". (13)

Tras la renuncia del conde de Flandes, cuatro eran los candidatos a ocupar la corona de Jerusalén: Godofredo de Bouillon, Raimundo de Tolosa, Roberto II de Normandía, y Tancredo de Hauteville.

De entre los cuatro candidatos, el conde de Tolosa era el que mayores posibilidades tenía de ocupar el trono de Jerusalén. Tolosa era, en la constelación de príncipes cristianos, el más ambicioso, el más poderoso y el más rico. (14)

12 Discurso de Roberto II de Flandes. Cruzadas. Primera parte que contiene la historia de la primera Cruzada, por Mr. Michaud, de la Academia Francesa. Tomo II. Traducción a cargo de Manuel B. García Suelto y F.A. Pendaries. Año 1831.

13 Efectivamente, Roberto II de Flandes emprendió su viaje de regreso a casa a finales del mes de agosto junto a Roberto de Normandía y a Raimundo de Tolosa. En el año 1103 formó alianza con Enrique I de Inglaterra. El conde de Flandes le ofreció 1000 caballeros a cambio de que el inglés le pagara un tributo anual. Sin embargo, Enrique I se negó a pagar, por lo que el de Tolosa de alió con Luis VI de Francia y atacaron Normandía. Roberto de Flandes murió cerca de la ciudad de Meux, cuando comandaba un ejército para luchar contra Teobaldo II de Champaña, quien encabezaba una revuelta de los barones franceses. Tras ser herido, cayó de su caballo y murió ahogado en el río Marne.

14 Manuel Leguineche y María Antonia Velasco. El Viaje Prodigioso. 900 años de la primera cruzada. Año 1995.

FIN CAPITULO 2

☨ El Maestre